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Kaoxita's avatar
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El pequeño príncipe sin espada ni corcel vagaba por el bosque sin árboles, esquivando de vez en cuando algún que otro abejorro que no parecía percatarse de su presencia en aquel lugar. El príncipe estaba perdido, se había quedado dormido en la cima de la montaña de sal y había penetrado en el bosque mientras soñaba. La luz se ocultaba en el horizonte y las sombras iluminaban sus pasos con la oscuridad. De repente el pequeño príncipe escuchó un murmullo y dio un respingo. Dos ojos azules como el mar se clavaron en él, y de entre la maleza surgió la blanca efigie de una hada, bella y resplandeciente como la luna. El sol de sus cabellos parecía eclipsarse detrás de su hermoso rostro.
“Quién eres y a dónde vas?” preguntó la hada muda.
“Soy un príncipe venido del País que Murió y me dirijo a La ciudad que Nunca ha Existido. He surcado las aguas amargas de los mares de lágrimas, me he enfrentado a las criaturas del inframundo, he resistido la tentación de las diosas de la muerte, he atravesado los ríos de sangre maldita y he derrotado el monstruo con cuerpo de cabra, cabeza de león y cola de serpiente. Todo eso para llegar a mi destino”
“Y puedes decirme, oh galante caballero de armadura oxidada, qué es lo que te ha movido a realizar tan peligroso viaje?”
“Como todo príncipe que se precie, voy a rescatar a una princesa” Respondió el pequeño príncipe con la cabeza bien erguida
“Y quién es esa doncella que reclama vuestro auxilio, si no es indiscreta mi curiosidad?”
“Su nombre no sé, ni su imagen he tenido el placer de contemplar. Conocerla no es mi dicha pero sé que ella espera que la rescate”
“Qué es lo que hace que requiera su ayuda?”
“La horrible bestia de sus pesadillas la tiene encerrada en la oscuridad de su mente, donde el canto de los pájaros no llega y el olor de las flores se confunde con el hedor del miedo”
“Cómo puede existir un ser tan malvado dentro de la tierra de Las Almas Sin Dolor?”
“Ese monstruo existirá siempre que ella siga temiendo abrir los ojos y observar la tierra que Dios nos concedió. La bestia se nutre de su pensamiento gris y la deja hueca por dentro. Tan sólo le quedan sus sueños, que la alejan de la verdad y la encierran aún más en su soledad inconsolable. Debo acudir raudo a liberarla, antes que la tristeza consuma también su espíritu”
“Puedo percatarme que no cuenta con espada ni arco, tampoco de maza ni mangual. Me pregunto con qué pretendía su alteza destruír semejante demonio. Aunque de todos modos, en vano hubieran sido esos instrumentos, pues la maldad de ese ser no se puede borrar con un arma de metal, pero tampoco con las manos desnudas. Honrado caballero, yo te bendigo por tu coraje y ruego que aceptes esto que ahora te ofrezco con sincera voluntad. Quizá te ayude en tu misión”
Tras besar delicadamente la mano casi transparente de aquella bondadosa dama encantada, el pequeño príncipe tomó en sus manos, fuertes pero maltratadas por el tiempo y su crueldad, aquella hermosa joya mágica, la gargantilla de la percepción. Quedó unos instantes hipnotizado por la riqueza de aquel colgante nutrido en oro y piedras preciosas. Cuando se dispuso a agradecer aquella generosidad, la hada ya se había desvanecido entre aquel mundo de ensueño.
El valeroso príncipe recobró su camino con las energías renovadas. Atravesó largos desiertos de hielo, sufrió las quemaduras que provocaban las hojas de los árboles en sus mejillas cuando caminaba por la llanura del viento e incluso estuvo a punto de morir cuando por poco se deja dominar por el pánico cruzando el puente del Orgen (todas las criaturas de este mundo saben que el único modo de cruzarlo es no dejándose llevar por el miedo, aún cuando las maderas crujen y el puente se tambalea) Pero por fin llegó a la torre dónde agonizaba la princesa de la sonrisa perdida.
Subió por las interminables escaleras de la torre, que hubiera parecido extenderse hasta las mismísimas estrellas si el cielo de aquel lugar no estuviera cubierto por aquellas espesas nubes negras de tormenta perpetua. Para su asombro, el príncipe no encontró ningún obstáculo mientras ascendía hacia la habitación de barrotes invisibles donde permanecía encerrada su amada y desvalida dama. No había guardas, no había trampas...parecía como si no hubiera razón para proteger aquel lugar, como si nunca nadie fuera a subir aquellas escaleras para rescatar a una pobre doncella atrapada en su prisión.
Cuando llegó a lo más alto de aquella torre de cristal, halló un bulto encogido en la fría pared, una niña abrazada a sus piernas con la cara escondida entre sus rodillas. Ni siquiera la presencia del apuesto príncipe hizo que la niña apartara la vista de su mundo subterráneo. Al acercarse más a ella, de la oscuridad apareció una horrible bestia de ojos delirantes, gruñendo palabras impronunciables. En un acto instintivo de defensa, el príncipe rebuscó en su coraza a la espera de encontrar un arma con la que matar aquel monstruo, pero sólo sacó la gargantilla de la percepción, muy hermosa pero poco mortífera. No hubo tiempo de reaccionar, una zarpa del enorme animal golpeó con fuerza el rostro del joven príncipe. La gargantilla escapó de sus manos y voló por los aires. Todo parecía acabado para el pequeño príncipe sin espada ni corcel. Pero la fortuna quiso que la gargantilla cayera cerca de la princesa, que movida por el resplandor de la joya, levantó la cabeza después de mucho tiempo de tenerla hundida en su tristeza. Todavía una pequeña parte de su alma de niña seguía viva y la princesa se colocó aquel valioso objeto, con la esperanza de ver realzada su belleza marchita. Sin darse cuenta de lo que ocurría a su alrededor, la princesa se dirigió a un solitario espejo cubierto de telarañas. La escena entre la bestia y el príncipe se había detenido, quedando los dos inmóviles, a la espera de algo que todavía está por contar. Se situó la niña delante del espejo y observó su reflejo. En él vio de nuevo el monstruo de sus pesadillas, el mismo que la había forzado a abandonar aquel espejo por miedo a encontrarse con su cruel mirada. Sus rodillas se negaron a sostenerla y cayó golpeteando el suelo con un sonido hueco: cloc! Los ojos se le empañaron de lágrimas y se odió por su debilidad y por ser un monstruo apartado de un mundo desconocido para ella. Arañó el suelo con sus uñas ensangrentadas y dejó caer su cabeza al mismo tiempo que abandonaba toda esperanza en su vida. Entre sollozos, la niña recordó algo que sus ojos grandes y atrofiados por toda una eternidad sin luz, no habían captado cuando antes se había contemplado en el espejo. Se enderezó muy deprisa y volvió a enfrentarse a la imagen que le mostraba aquel trozo de cristal. Efectivamente, su memoria no le había fallado, en el espejo no se veía reflejada la gargantilla. La pequeña princesa se miró como pudo el lugar donde debería estar el colgante, torciendo el cuello en un ángulo imposible. El medallón seguía impecable sobre su pecho pálido y escuálido.
“Como es que no veo la gargantilla en el espejo si la llevo puesta?” Se preguntó perpleja.
Miró y remiró aquel reflejo extraño que le devolvía el espejo pero no encontró joya alguna en aquella imagen, tan sólo un ser adornado por una espeso pelaje y un cuerpo tremendamente desproporcionado.
Hasta que por fin la princesa lo entendió:
“Claro! Si el monstruo del espejo no lleva gargantilla y yo sí, significa que yo no soy ese monstruo!” Gritó llena de entusiasmo.
En un momento aquella estancia y los que estaban en ella desaparecieron y el mundo se desvaneció. Al abrir los ojos, la princesa se sobresaltó al comprobar que yacía en un lugar muy distinto al de entonces. Cuando más tarde se calmó, descubrió con asombro que se encontraba en una lujosa habitación, exquisitamente decorada con grandes y lujosos espejos de oro mazizo. Ella misma estaba cubierta por unas suaves sábanas de seda rosa que atraían los buenos sueños de aquellos que se acostaban en su lecho. Pronto recordó quién era ella y cual era su vida, la de una princesa valiente y segura que luchaba igual que los príncipes de los cuentos que su madre le leyó cuando aún era pequeña. Nunca le había temido a nada, era capaz de enfrentarse a las criaturas más feroces de aquellas tierras y arriesgarse la vida para salvar a aquellos que lo necesitaran en mundo tan lleno de peligros. Pero se dejó dominar por algo que la atacó despacio, de improvisto y en silencio. Que carcomió sus entrañas y nubló sus ojos hasta encerrarla en su propia angustia. Ahora la princesa había madurado, se había liberado de su terror y por fin había descubierto que la imagen del espejo era tan sólo eso, una imagen que refleja lo que cada uno es, y somos lo que queremos ser.
Este cuento tiene un mensaje oculto, más allá de lo que parece ser ^^
Lo escribí hace muchos años. espero que os guste.

"sorry only spanish :hug:"
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